El Blog de Borges

De literatura y otras cosas... Bienvenidos.

 

jueves, octubre 20, 2005


Anoche fue la lectura de cuentos en Área en la ciudad de Caguas, PR. Fue una experiencia muy agradable donde Yolanda Arroyo (substituyendo a Alma Rivera), Isamari Castrodad y yo leímos dos cuentos cada uno. Después de presentarnos a la audiencia, comencé a leer "El evangelio según Matías"(se puede leer en la página de Narrativa Puertorriqueña). Se decidió comenzar conmigo por un voto de 2-1 (Yolanda e Isamari votaron a que yo empezara...) y eso hice después de un leve ataque de nervios.
Después, Yolanda leyó "Rapiña" e Isamari leyó su cuento (cuyo nombre no recuerdo... que me perdone, pero soy malísimo con los títulos... apenas recuerdo los de mis cuentos). Cuando volvió a ser mi turno, me tocó decidir entre "Diablo caído" y "Susana" para leer. Leí el segundo, ya que está escrito en un estilo que se asemeja más a lo que estoy escribiendo últimamente. Lo podrán leer aquí, después que termine la crónica. Después, siguió Yolanda con "100 hormigas" (creo que ese era el título) e Isamari con "El relojero".
Creo que todos fueron bien recibidos. Siguió una sesión de preguntas que estuvo muy interesante. Vi varios jóvenes, cual creo que es algo maravilloso. Es bueno ver gente mostrar interés en lo que uno produce y les doy las gracias a los que fueron y a los que me invitaron. Cuando consiga más información acerca del lugar (me consta que hacen exhibiciones de arte, muestran películas y varios otros proyectos interesantes), la compartiré aquí.
Confieso cierta atracción a hablar en público (por lo menos leer mis cuentos)... pero ese es otro tema.
También debo anunciar que todos los últimos viernes del mes, en Café Berlín en el Viejo San Juan, a las 7:00pm se leen cuentos. Este viernes 21 de octubre se leerán cuentos (sé que no es el último viernes del mes, pero el 28 confligía con Halloween, según la organizadora, Bárbara Forestier).
Bueno, los dejo con una fotos del evento (tomadas por Awilda Cáez) y el cuento (escrito por mí):

Susana

Todavía recuerdo su sonrisa, como le brillaban los ojos, el huequito que se le formaba en la mejilla izquierda. Extraño el calor que sentía cuando dormíamos y como se sentía abrazarla. No hay un día que no piense en ella.

A veces, la curiosidad me pica… quisiera saber dónde está, qué hace. Entonces, pienso en Susana y dejo de reflexionar acerca de esas cosas que fueron o pudieron ser. Todo por un recibo.

Pensé que lo había echado a la basura y, desesperado, en cuclillas, me dispuse a buscarlo. El papel me pareció tan importante entonces… quería intercambiar un anillo que le había comprado a Vanesa para nuestro aniversario. Como todo marido, olvidé el tamaño del dedo anular. No quería que ella notara mi falta de apreciación para los detalles.

Con sólo tres años de casados, ya se quejaba de mi falta de atención. El aniversario tenía que ser espectacular. Aquella tarde, la equivocación con el anillo parecía un desastre.

Tener las manos cubiertas de basura me daba asco. Los gusanos de la cena de la noche anterior me hacían cosquillas en los dedos. Estuve a punto de rendirme (todo sería tan diferente ahora, de haberlo hecho), pero controlé mi repulsión y seguí escarbando.

A pesar de estar en la superficie, no vi la cajita rectangular de cartón azul hasta buscar por más de cinco minutos. A veces pienso que mi propia mente me la trató de ocultar, presintiendo las consecuencias.

Es tan irónico… además de sorpresa, sentí alegría cuando al fin la vi. De momento, todo tenía sentido: los humores de Vanesa, sus malestares de estómago, sus antojos extraños.

Con las manos todavía cubiertas de basura, pesé la cajita. Había algo adentro. La abrí y encontré la prueba de embarazo usada, el resultado todavía legible; después de un año entero sin fruto, iba a ser papá. Recuerdo reemplazar con alegría aquel asco que me causaba manosear la basura.

Como niño culpable, traté de esconder la basura lo más que pude y subí al apartamento para lavarme las manos. No quería que Vanesa supiese que me había enterado de su preñez. Ella tenía derecho a decírmelo, como yo lo tuve al pedir su mano.

El asunto de la sortija se me olvidó hasta más tarde, cuando encontré el maldito recibo en los pantalones del día anterior. Me duché rápido, ansioso por su llegada. Bajé a la cocina y le preparé su plato favorito. Era algo que a mí nunca me apetecía, pero ese día no me importaba comer… ahora tampoco.

Esperé por su confesión durante toda la cena, en vano. Me pregunté por qué no me lo diría. A lo mejor quería estar segura antes del anuncio, o tal vez planificar alguna ocasión especial. De todas maneras dormí contento.

Durante la semana seguí en espera de la noticia, pero Vanesa mantuvo silencio. Yo, loco por compartir mi hallazgo, se lo conté a mi madre, con instrucciones de no decírselo a nadie. Obviamente, el día siguiente todos sus vecinos compartían mi alegría.

No sé por qué, pero yo estaba seguro que sería niña. En secreto le compré ropa, juguetes y hasta abrí una cuenta de ahorros para ella. Ya me impacientaba (habían pasado dos semanas) cuando Vanesa me informó que al día siguiente iba al médico y no iría a trabajar. Me pidió que hiciera la compra ya que estaba segura que no se sentiría muy bien después de la cita. Yo accedí a todo sin preguntas. Sabía que iba al médico para darme la noticia oficial y quería sacarme de la casa para darme una sorpresa.

Fui al mercado imaginándome qué tramaba mi esposa. Me sentí tan enamorado como cuando nos conocimos.

Esa tarde la encontré dormida en la cama, sin ánimos de levantarse. Pregunté qué le sucedía. Estaba cansada, respondió. Al principio, me sentí desilusionado. Después comencé a preocuparme. ¿Estaría incorrecta la prueba? ¿Algo andaría mal? Esa noche apenas dormí.

Esperé alguna noticia la mañana siguiente, pero nada. Partió al trabajo sin apenas un beso. El resto del día no pude concentrarme en nada de lo que traté de hacer. Al mediodía pedí irme del trabajo a descansar, me sentía mal. En mi casa, solo, esperándola, me fue peor. ¡Quería saber ya!

Llegó a la hora de siempre... la noté melancólica. Temí las peores noticias. Quería dejarla decirme a su tiempo… cenamos, nos bañamos y justo antes de acostarnos, no pude más.

-¿Cuándo piensas decirme lo del bebé?

La pregunta la sorprendió. Noté cómo buscaba alguna palabra para contestar.

-¿Está bien? ¿Va a padecer de alguna condición?

-¿Cómo te enteraste? –respondió con otra pregunta.

Le expliqué todo; cómo me sentía, quién sabía, hasta qué había comprado para la niña.

-¿De dónde sacas que iba a ser niña? –preguntó, el rostro pálido.

-¿Iba a ser?

Con esa pregunta contestó todo.

Sin palabras, me quité el anillo de matrimonio y lo coloqué en la mesa del comedor.

A veces alguien se compadece de mí y me deja montarme en su auto. Cuando preguntan hacia dónde voy, les digo que no importa. No le pido nada a nadie y cuando el hambre es insoportable, busco en la basura; como aquél día. No tengo idea de donde estoy. Sólo sé que su nombre era Susana.

Mayo, 2005

Guaynabo y Río Grande, PR

3 Comentarios:

Blogger Jose Borgesdijo...

¡Gracias!
Pendiente a lo próximo...

12:48 a. m.  
Blogger Isaac Cazorladijo...

Excelente cuento!
Llegué por aquí por el blog de Yolanda. Ya lo puse como bookmark, saludos!

Isaac

8:50 p. m.  
Anonymous Anónimodijo...

Recien lo leo, no conocia tu blog hasta ahora, y que te puedo decir. Wow! Experiencias vinieron a mi mente, lei y relei, vivi y revivi.
Increible!

9:19 p. m.  

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