La presentación
Iba tarde. Me hacía falta un café antes de salir a dar una presentación en las oficinas de Editorial Nostalgia y pensé que tendría tiempo para conseguirlo. La vieja ignorante antes de mí atraso mi pedido. ¡No sabía la diferencia entre un Frapuccino y un Mochaccino (la dependienta tuvo que explicarle cinco veces)! Terminó pidiendo un triste café con leche... Entonces, el encargado de preparar mi orden (un latte con almendra, por cierto) se puso con niñerías para tratar de impresionarme. ¡Los hombres son tan pendejos! Trató de enseñarme su habilidad para decorar mi café con canela y derramó el frasco entero… ¡Dentro de mi latte! Lo preparó de nuevo, desperdiciando cinco minutos para poder llegar a la cita.
Con una mano alrededor de mi bebida y la otra sujetando mi maletín, salí a toda prisa para alcanzar al autobús. No di dos pasos hacia la parada, cuando un estudiante que parecía estar endrogado chocó conmigo. Derramé mi café, se me cayó el maletín con la presentación y caí al piso.
No recuerdo qué le grité al muchacho. Me miró como si yo estuviera loca. Agarré el maletín y salí corriendo hasta la parada del autobús. Por suerte, llegué a tiempo… El vehículo repleto de pasajeros se detuvo en ese momento.
Una vez dentro, pude divisar a través de la ventana al estudiante corriendo hacia la parada y sentí un poco de miedo. De seguro venía a insultarme, o peor, por haberle gritado. Tarde para alcanzar al autobús, lo vi correr detrás de nosotros. Por la manera en que brincaba y hacia señas con las manos, deduje que estaba muy enojado. ¡Es un peligro andar por esta ciudad!
Llegué a las oficinas justo a tiempo. La recepcionista me invitó a esperar por Mauricio, que atendía una llamada. Sin remedio y frustrada, me senté en la recepción. Los asientos eran cómodos y modernos… una empresa con clase.
Decidí revisar los manuscritos. Nuestra agencia literaria iba a presentar a varios autores para publicación y no recordaba todas mis notas, aunque sabía de lo que iba a hablar. Era mi oportunidad para brillar. Si ganaba la cuenta, de seguro lograba un ascenso, en una oficina lujosa, con ventanas. Imaginaba cómo decorarla, cuando me di cuenta que el maletín no era mío. ¡Me llevé el del estudiante! Iba a salir corriendo a buscarlo, cuando la recepcionista me informó que Mauricio estaba listo.
¿Qué hacer? Si me iba, perdía la cuenta. Esta gente no cree en errores así. Insisten que uno debe tener hasta un Plan J para cualquier contingencia.
Disimulé, sonreí y entré a la oficina de Mauricio. Me sorprendió la enormidad del escritorio de madera. Intimidaba a cualquiera. Señaló a la mesa de conferencia al lado del escritorio y saqué los papeles del estudiante para disimular mi falta de preparación.
Los leí por encima y noté que eran cuentos. Despejé la mente y concentré en la presentación. Comencé a hablar y en poco tiempo caí en mi ritmo. ¡Presenté todos los autores y sus obras de memoria! Me sentí orgullosa…
Hasta que Mauricio me preguntó si tenía algo más. No estaba interesado en ninguna de las obras.
Desesperada, miré los papeles que tenía al frente. Una línea de diálogo captó mi atención: ¡Ayúdate y no jodas más! La vida no es fácil para nadie. Y eso mismo dije. Mauricio no reaccionó. Creí haber perdido mi oportunidad. Me miró a los ojos, pensativo.
-Sí. Me gusta –dijo, arrastrando todas las vocales de sus palabras. Sonaba como Igor en las películas de Frankenstein-. Un libro de autoayuda… eso sí vende. Sin pretextos… ¿Quién lo escribe?
-Joaquín Alejandro… es un autor nuevo…-contesté. En cualquier momento se daba cuenta que en verdad no tenía nada.
Pero, estaba entusiasmado con el proyecto. Firmó el contrato y hasta accedió a publicar a los demás autores. Me marché incrédula, a toda prisa, antes de que se conociera la verdad.
Camino a la parada del autobús, oí una voz gritar “¡Señora!”, y me viré a ver a quién le gritaban. Era el estudiante con mi maletín. Debió haberme seguido por la ruta del autobús.
-Señorita –le corregí-. Gracias. Ahora venga, que tenemos que hablar de negocios.
Me miró atónito. La falta de tenacidad en la juventud de hoy deprime a cualquiera…
Ahora, desde mi oficina con ventana, soy una estrella en la empresa. Sólo tengo que convencer al mocoso este a que escriba el libro de autoayuda…